Frío, luces, olor dulce y sonrisas. Ningún extranjero se habría
imaginado que antes aquella calle estuviera vacía. El niño de la bufanda
naranja, ante el escaparate de la juguetería, sí
que lo sabe. Poco le importa aquel coche rojo de carreras y qué hará con él
cuando se lo encuentre bajo el árbol. Su madre está de la mano de su marido en
la tienda de joyas. También su tía se
encuentra por la zona, paseando en un carrito a la prima. Después, todos irán a
casa del abuelo y tomarán chocolate caliente con roscón, en un ambiente de
acogedora paz. A la mañana siguiente abrirán los regalos y allí estará el coche
rojo. Porque tiene la certeza de que así será, pues sus padres ya le
confirmaron su buen comportamiento durante el año.
Dos semanas más tarde, vuelve a ser todo
como antes. Calles oscuras a partir de las seis, prisa para llegar a casa y
malas caras. El chico de la bufanda naranja lleva ahora una gris. La madre ha
guardado el collar. Y el abuelo hace tiempo ya que limpió los platos sucios de
aquella noche, que ahora se recuerda como sueño emborronado de lo que fue la
Navidad.