jueves, 22 de diciembre de 2011


¡Chist!
de
Anton Chejov

Iván Krasnukin, periodista de no mucha
importancia, vuelve muy tarde a su hogar, con talante desapacible, desaliñado y
totalmente absorto. Tiene el aspecto de alguien a quien se espera para hacer una
pesquisa o que medita suicidarse. Da unos paseos por su despacho, se detiene, se
despeina de un manotazo y dice con tono de Laertes disponiéndose a vengar a su
hermana:-¡Estás molido, moralmente agotado, te entregas a la melancolía,
y, a pesar de todo, enciérrate en tu despacho y escribe! ¿Y a esto se llama
vida? ¿Por qué no ha descrito nadie la disonancia dolorosa que se produce en el
alma de un escritor que está triste y debe hacer reír a la gente o que está
alegre y debe verter lágrimas de encargo? Yo debo ser festivo, matarlas
callando, e ingenioso, pero imagínese que me entrego a la melancolía o, una
suposición, ¡que estoy enfermo, que ha muerto mi niño, que mi mujer está de
parto!...
Dice todo esto agitando los brazos y
moviendo los ojos desesperadamente... Luego entra en el dormitorio y despierta a
su mujer.-Nadia -le dice-, voy a escribir... Te ruego que no me
molesten, me es imposible escribir si los niños chillan, si las cocineras
roncan... Procura que tenga té y... un bistec, ¿eh?... Ya lo sabes, no puedo
escribir sin té... El té es lo que me sostiene cuando trabajo.
Aquí nada es resultado del azar, del
hábito, sino que todo, hasta la cosa más insignificante, denota una madura
reflexión y un programa estricto. Unos pequeños bustos y retratos de grandes
escritores, una montaña de borradores, un volumen de Belinski con una página
doblada, una página de periódico, plegada negligentemente, pero de manera que se
ve un pasaje encuadrado en lápiz azul, y al margen, con grandes letras, la
palabra: "¡Vil!" También hay una docena de lápices con la punta recién sacada y
unos cortaplumas con plumas nuevas, para que causas externas y accidentes del
género de una pluma que se rompe no puedan interrumpir, ni siquiera un segundo,
el libre impulso creador... Krasnukin se recuesta contra el respaldo del sillón
y, cerrando los ojos, se abisma en la meditación del tema. Oye a su mujer que
anda arrastrando las zapatillas y parte unas astillas para calentar el samovar.
Que no está aún despierta del todo se adivina por el ruido de la tapadera del
samovar y del cuchillo que se le caen a cada instante de las manos. No se tarda
en oír el ruido del agua hirviendo y el chirriar de la carne. La mujer no cesa
de partir astillas y de hacer sonar las tapas redondas y las puertecillas de la
estufa. De pronto, Krasnukin se estremece, abre unos ojos asustados y olfatea el
aire.-¡Dios mío, el óxido de carbono! -gime con una mueca de mártir-.
¡El óxido de carbono! ¡Esta mujer insoportable se empeña en envenenarme! ¡Dime,
en el nombre de Dios, si puedo escribir en semejantes condiciones!
Corre a la cocina y se extiende en
lamentaciones caseras. Cuando, unos instantes después, su mujer le lleva,
caminando con precaución sobre la punta de los pies, una taza de té, él se
halla, como antes, sentado en su sillón, con los ojos cerrados, abismado en su
tema. Está inmóvil, tamborilea ligeramente en su frente con dos dedos y finge no
advertir la presencia de su mujer... Su rostro tiene la expresión de inocencia
ultrajada de hace un momento. Igual que una jovencita a quien se le ofrece un
hermoso abanico, antes de escribir el título coquetea un buen rato ante sí
mismo, se pavonea, hace carantoñas... Se aprieta las sienes o bien se crispa y
mete los pies bajo el sillón, como si se sintiese mal o entrecierra los ojos con
aire lánguido, como un gato tumbado sobre un sofá... Por último, y no sin
vacilaciones, adelanta la mano hacia el tintero y, como quien firma una
sentencia de muerte, escribe el título...-¡Mamá, agua! -grita la voz de
su hijo.-¡Chist! -dice la madre-. Papá escribe. Chist...
Papá escribe a toda velocidad, sin tachones
ni pausas, sin tiempo apenas para volver las hojas. Los bustos y los retratos de
los escritores famosos contemplan el correr de su pluma, inmóviles, y parecen
pensar: "¡Muy bien, amigo mío! ¡Qué marcha!"-¡Chist! -rasguea la
pluma.-¡Chist! -dicen los escritores cuando un rodillazo los sobresalta,
al mismo tiempo que la mesa. Bruscamente, Krasnukin se endereza, deja la pluma y
aguza el oído... Oye un cuchicheo monótono... Es el inquilino de la habitación
contigua, Tomás Nicolaievich, que está rezando sus oraciones.-¡Oiga!
-grita Krasnukin-. ¿Es que no puede rezar más bajo? No me deja
escribir.-Perdóneme -responde tímidamente
Nicolaievich.-¡Chist!
Cuando ha escrito cinco páginas, Krasnukin
se estira de piernas y brazos, bosteza y mira el reloj.-¡Dios mío, ya
son las tres! -gime-. La gente duerme y yo... ¡sólo yo estoy obligado a
trabajar!
Roto, agotado, con la cabeza caída hacia a
un lado, se va al dormitorio, despierta a su mujer y le dice con voz
lánguida:-Nadia, dame más té. Estoy sin fuerzas...
Escribe hasta las cuatro y escribiría
gustosamente hasta las seis, si el asunto no se hubiese agotado. Coquetear,
hacer zalamerías ante sí mismo, delante de los objetos inanimados, al abrigo de
cualquier mirada indiscreta que le atisbe, ejercer su despotismo y su tiranía
sobre el pequeño hormiguero que el destino ha puesto por azar bajo su autoridad,
he ahí la sal y la miel de su existencia. ¡De qué manera este tirano doméstico
se parece un poco al hombre insignificante, oscuro, mudo y sin talento que
solemos ver en las salas de redacción!-Estoy tan agotado que me costará
trabajo dormirme... -dijo al acostarse-. Nuestro trabajo, un trabajo maldito,
ingrato, un trabajo de forzado, agota menos el cuerpo que el alma... Debería
tomar bromuro... ¡Ay, Dios es testigo de que si no fuera por mi familia dejaría
este trabajo!... ¡Escribir de encargo! ¡Esto es horrible!
Duerme hasta las doce o la una, con un
sueño profundo y tranquilo... ¡Ay, cuánto más dormiría aún, qué hermosos sueños
tendría, cómo florecería si fuese un escritor o un editorialista famoso o al
menos un editor conocido!...-¡Ha escrito toda la noche! -cuchichea su
mujer con gesto apurado-. ¡Chist!
Nadie se atreve a hablar ni andar, ni a
hacer el menor ruido. Su sueño es una cosa sagrada que costaría caro
profanar.-¡Chist! -se oye a través de la casa-. ¡Chist!
FIN

domingo, 20 de noviembre de 2011

En el enlace de más abajo podéis encontrar el cuento de Julio Cortázar, El cuello de gatito negro, una historia de amor a través de unos guantes en el metro de París. Espero que os guste

lunes, 14 de noviembre de 2011


Total, uno más…
Por Diego Sainz de Medrano

Sin previo aviso se apagó la luz y, como
había bajado las persianas, se quedó todo a oscuras. Paró de inmediato, alerta,
pero no se oyó nada extraño. Siguió avanzando con más discreción, si cabía.
Tras dar dos pasos más sintió cómo su pie
se topaba con algo blando. Trató de echarse atrás, pero perdió el equilibrio e
instintivamente lo apoyó un poco más adelante. Un intenso crujido de huesos
le hizo estremecerse.
Dedujo que había llegado a la alfombra,
donde los tres cuerpos desnudos estaban apilados. El fluido escarlata seguía
saliendo de la última mujer. El charco llegaba casi hasta la puerta
de la cocina, así que no tuvo más remedio que atravesarlo, pisando con infinito
cuidado para no mancharse los pantalones.
Abrió el congelador y una oleada de aire
pútrido le golpeó. Las otras dos cabezas aún no se
habían congelado, y un denso líquido encharcaba el recipiente. Metió la
que tenía en la mano, que era rubia y con los ojos bizcos por el shock. Se
apresuró a cerrar la puerta.
Levantó los plomos en el recibidor, y vio con disgusto las huellas que
había ido dejando. Con la precaución de no pisarlas, se quitó las botas y las
arrojó a una esquina. Se encaminó a su cuarto y se cambió de ropa, ansioso por
salir de allí.
Cerró con llave y bajó a la calle, en la
que todavía había algunos transeúntes. Se acercó a un joven que chateaba con el
móvil y le preguntó:
-Disculpe, joven, ¿le importaría decirme dónde está la ferretería más
cercana?
-¿Mande?
-La ferretería. Si no le importa.
-¿La ferretería? A saber… ¿pero es la ferretería o la biblioteca? Hay una
por ahí.
-Dije la ferretería. Por favor, es importante.
-¿Y a qué tanta prisa?
-¿Perdón?
-No sé, digo, que por qué vas a una ferretería. ¿Quién quiere tornillos?
-Oiga, si no lo sabe, por favor, dígamelo.
-¡Eh, eh, eh! Conmigo menos, ¿eh? ¿Qué pasa, te crees muy “guay” así, por
la calle, o qué?
Con un suspiró de exasperación se alejó con paso rápido. Aún alcanzó a
oírle decir:
-Vaya pardillo.
Por un segundo tuvo la tentación de volverse, sacar la navaja y apuñalarlo
allí mismo, en plena calle, y sacarle los intestinos para enseñárselos.
Total, uno más…

domingo, 13 de noviembre de 2011

AMBROSE BIERCE



Las
pesadillas de Ambrose Bierce

Narrativa.
Ambrose Bierce no amaba a la humanidad. "Especie animal tan sumida en la
ensimismada contemplación de lo que piensa que es, que a menudo se olvida
plantearse lo que evidentemente debiera ser", reza la definición de "hombre" en
su notorio Diccionario del Diablo. Y continúa: "Su principal ocupación es
el exterminio de otros animales y de su propia especie, la cual, sin embargo, se
sigue procreando con tal rapidez como para poblar y destruir todas las zonas
habitables del planeta y Canadá". La biografía de Bierce confirma estos
prejuicios. Aunque no conocemos ni el lugar ni la fecha de su muerte, sabemos
que Ambrose Bierce nació en una cabaña en el Estado de Ohio el 24 de junio de
1842. Su padre, Marco Aurelio Bierce, era un granjero pobre, un calvinista
fervoroso y excéntrico, el dueño de una excelente biblioteca, un alucinado que
creía haber sido el secretario privado de un presidente americano cuyas
indiscreciones contaba en las veladas familiares. Tuvo diez hijos (tres de los
cuales murieron al poco de nacer), a todos los cuales bautizó con un nombre que
empezaba por la letra A. La excentricidad del padre fue heredada por sus
descendientes. Uno de los hermanos de Bierce huyó de casa y trabajó de hombre
fuerte en un circo; una hermana viajó a África donde trató de convertir a una
tribu de caníbales al calvinismo y donde (cuenta la leyenda) acabó siendo su
cena. Bierce estudió en el Instituto Militar de Kentucky. A co mienzos de la
guerra civil americana entró como tambor en el Ejército nordista (aunque el
lector siente que sus simpatías están del lado de los apasionados sudistas) y
después de ser herido en la batalla de Keneshaw Mountain fue promovido al grado
de lugarteniente. Después de la guerra se mudó a San Francisco, donde ejerció,
de mal grado, el oficio de periodista, ganándose la admiración del magnate
William Randolph Hearst. Pasó un tiempo en Londres, donde obtuvo el apodo de
Bierce el Amargo por sus acerbas crónicas. En 1876, enfermo, volvió a Estados
Unidos. Desde entonces, su vida fue una serie de incidentes trágicos: su hijo
mayor fue asesinado en una disputa sobre una mujer, su hijo menor murió
borracho, su mujer lo abandonó. En 1913, a los 71, años, incapaz ya de escribir
como quería, sufriendo de fatiga y de asma, Bierce desapareció misteriosamente
en la tumultuosa revolución mexicana. Las últimas palabras que de él se
recuerdan son: "¡Ah, ser un gringo en México! ¡Eso sí que es eutanasia!". 'Un habitante de Carcosa', 'El camino a la luz de la luna', 'Episodio en el puente de Owl Creek', son clásicos. Quizás el mayor mérito de Ambrose Bierce es que sus
pesadillas son absolutamente límpidas, lúcidamente atroces. Bierce, como estos
críticos olvidan, es un maestro del cuento corto: supera en lo horrífico a Poe,
en lo fantasmagórico a Lovecraft, en lo macabro a Algernon Blackwood, en lo
sarcástico a Mark Twain. Curiosamente, el Bierce de los Cuentos
inquietantes está más cerca de los expresionistas alemanes que de sus
propios antepasados puritanos, y la infamia humana es, en sus Cuentos
negros, menos la excusa alegórica para una moraleja (como pudo serlo para
Nathaniel Hawthorne) que el motivo de una crónica precisa, escandalosa e
infernal (como en las novelas de Gustav Meyrink). Y hay pocas obras literarias
que retraten tan acertada y lacónicamente los horrores de la guerra civil
americana como sus Cuentos de soldados; por esa razón, los editores de la
época rehusaron a publicarlos y Bierce tuvo que luchar para poder incluirlos en
una edición de sus Obras recogidas que vieron la luz entre 1909 a 1912.
Sabemos que los libros esperan pacientemente el aval de sus lectores. Este año,
por fin, la prestigiosa colección de clásicos norteamericanos, la Library of
America, se ha decidido a incluir a Ambrose Bierce en su catálogo; la edición de
Alianza, traducida y prologada con esme ro por Aitor Ibarrola-Armendariz, es
otra etapa más, y no la menos importante, de esa consagración. "Un escritor debe
saber y tener siempre presente que éste es un mundo de idiotas y rufianes,
atormentados por la envidia, consumidos por la vanidad, egoístas, falsos,
crueles y bajo la maldición de sus propias ilusiones". No sé si alguien se
atreverá a poner en duda estas palabras, tanto o más ciertas hoy que cuando
fueron escritas por Bierce, antes de desaparecer hace más de un siglo, como en
el final de uno de sus cuentos.
ver
contenido en ELPAÍS.com

jueves, 27 de octubre de 2011

El pringao y el afilador.
Andrés del Álamo.
Entonces, ¿qué tal va el negocio?, pregunté.
Pué tirandiyo, jefe, me respondió con su acento.
¿Hay clientela?
Cada vé méno, con la que está cayendo...
Siguió afilando el cuchillo un poco más. Una vez hubo terminado le pregunté:
¿Cuánto es?
Cuarenta euriyos, maestro.
Me quedé helado. los gitanos empezaron a cerrar filas.
Será mejó esto, dijo uno de ellos, que usar el cuchiyo pá otra cosa, ¿no cree, jefe?
Claro, claro -dije- y le di el dinero que me pedía.
Qué bonita era la melodía del afilador.
Y qué gilipollas era yo.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Tenéis que descubrir cuál es vuestro propio nudo narrativo. ¡Suerte y a ver si lo conseguís en este curso!

domingo, 9 de octubre de 2011

En picado.
Por María Alonso.
Asomado al balcón del último piso del rascacielos, vio la escena: un pájaro apoyado en la ventana del edificio de enfrente despegaba y hacía una pirueta hasta la cuerda, donde una señora estaba poniendo a secar su colección de calcetines. Dejó caer uno, que fue a parar al alféizar de la ventana del vecino de abajo, donde un gato descansaba. El gato se sobresaltó y se asomó, curioso, para ver cómo el cactus que antes estaba a su lado ahora se precipitaba para ir a parar a la calva de un señor trajeado que esperaba al autobús.
Cuando despertó, le atendía una ambulancia y un montón de desconocidos aplaudían porque se encontraba bien. Él, malhumorado, rascándose por debajo de la venda que le habían puesto en torno a la cabeza, miró hacia arriba dispuesto a encontrar al culpable.

miércoles, 7 de septiembre de 2011


PURA FABRICACIÓN BRITÁNICA
Alejandro Millán
Llegó un día a mi puerta preguntando por el piso que alquilaba. En un principio no encontré nada raro en él, excepto su particular manera de poner los brazos y lo obeso que estaba.
Después me llamó la atención la gran cantidad de sacos de té que compraba. Un día subí para preguntarle por su afición a esta bebida. Me lo encontré inclinado de lado sobre una taza con la mano casi tocándola.
- ¿Qué hace?, le pregunté.
- Estoy sirviendo té, ¿quiere un poco?
- ¡Pero si no hay ninguna tetera!
- Yo soy la tetera. ¿Es que no me ve? Soy de pura fabricación británica.
- ¿Perdón?
- ¿Qué le pasa? Bueno, ¿quiere una taza de té o no?
- Voy a llamar a un manicomio, usted no es una tetera.
- ¿Que yo no soy una tetera? Al que se lo van a llevar es a usted, que es el que tiene visiones.
Me abalancé al teléfono y llamé a urgencias.
- ¿Qué pasa?, dijo el loquero al entrar.
- Ese señor, que se cree una tetera, dije.
- ¿Y qué diría usted que es?
- ¿Cómo que qué es? ¡Una persona!
- Perdone señor, acompáñenos que tenemos que hacerle unas preguntas, me dijo mientras me obligaba a meterme en el coche y mi inquilino seguía intentando echar té por la mano.

domingo, 17 de julio de 2011

Locura Bicéfala, por Inés Herrero


Se creía dueño de dos cabezas.

Aseguraba que, cada vez que se miraba el pecho veía dos grandes ojos azabache que vigilaban todos sus movimientos. Cuando se veía reflejado en el espejo se describía a sí mismo como "una enorme bellota calva, con desorbitadas orejas de murciélago"; era una auténtica locura conversar con este hombre, y más aún si hacía hablar a su tripa garabateada.

Me alegro de haberle conocido antes de su terrible transformación – no penséis mal de mí, no es que me guste ir por la vida dialogando con dementes - ¿cómo iba a sospechar que mi propio jardinero estuviera más allá que acá?

Creo que me dí cuenta en nuestro primer diálogo medianamente largo, fue algo así:

- Buenos días señor – dijo cordialmente una mañana.

- Buenos días, Bill – contesté - ¿qué tal han amanecido los rosales?

- ¿Los rosales?... – dijo un poco perdido- Sí, idiota, los rosales de la entrada – se contestó en un susurro a sí mismo – amanecieron rojos, como siempre.

- ¿Te encuentras bien chico?

- ¿Quién yo? – no me podía creer la escena – o contestas rápido bellota, o crecerán tus horribles orejas – se dijo enfadado, con un tono bajo de voz – sí señor, tan bien como siempre.

- Claro Bill. Creo que voy a irme a mi despacho, que tengas un buen día.

- Sí señor, tan bueno como siempre.

Al principio este mal era pequeño, pero a medida que pasaban los días el hombre se obsesionó con que, el rostro malvado de su pecho, se estaba intentando apoderar de él; y algunas noches, se podían escuchar unos agudos chillidos de horror, que se apagaban con una risa perversa de malo de película.

Cuando trataba con Bill en mi casa, se le podía considerar una gran persona. Siempre preocupado por la perfección uniforme de los setos, por arrancar las malas hierbas, por cuidar las flores y por regar todas las plantas... pero de vez en cuando tenía días malos.

Hubo varias ocasiones en las que llegaba decaído, con ojeras. Tenía la extraña sensación de que me vigilaba; uno de estos días podó dos setos en forma de cabeza, decapitó a media docena de rosas y cortó el césped en forma de espiral.

Durante esa semana era aterrador mirar a mi pobre jardín, pero pasados los días volvía la uniformidad; se plantaban más flores y el césped crecía, era como si no recordase lo ocurrido.

A la mañana siguiente amanecía con los ojos pintados de negro carbón, una bellota pegada con celo bajo la camisa y un par de orejas de murciélago dibujadas desde la tripa hasta el cuello; era realmente molesto que te mirara con esa escalofriante sonrisa de loco.

Pero gracias a dios, todo ha terminado, el chico se ha marchado de nuevo a Irlanda, a pasar una temporada con su familia y yo tengo un nuevo jardinero.

Jake es serio, responsable y trabajador... lo único extraño que he observado en él, es que de vez en cuando parece como si hablara con los rosales. Serán imaginaciones mías.

Ahora que lo pienso, ¿no dijo Bill que tenía un primo jardinero?

domingo, 20 de marzo de 2011

JORGE LUIS BORGES. EL ESTUPOR

( Para Inés, que ha descubierto a Borges.)
El estupor
Un vecino de Morón me refirió el caso:
"Nadie sabe muy bien por qué se enemistaron Moritán y el Pardo Rivarola y de un modo tan enconado. Los dos eran del partido conservador y creo que trabaron relación con el comité. No lo recuerdo a Moritán porque yo era muy chico cuando su muerte. Dicen que la familia era de Entre Ríos. El Pardo lo sobrevivió muchos años. No era caudillo ni cosa que se le parezca, pero tenía la pinta. Era más bien bajo y pesado y muy rumboso en el vestir. Ninguno de los dos era flojo, pero el más reflexivo era Rivarola, como luego se vio. Desde hace tiempo se la tenía jurada a Moritán, pero quiso obrar con prudencia. Le doy la razón; si uno mata a alguien y tiene que penar en la cárcel, procede como un zonzo. El Pardo tramó bien lo que haría.
Serían las siete de la tarde, un domingo. La plaza rebosaba de gente. Como siempre, ahí estaba Rivarola caminando despacio, con su clavel en el ojal y su ropa negra. iba con su sobrina. De golpe la apartó, se sentó en cuclillas en el suelo y se puso a aloetear y a cacarear como si fuera un gallo. La gente le abrió cancha, asustada. ¡Un hombre de respeto como el Pardo, haciendo esas cosas, a la vista y paciencia de todo Morón y en un día domingo! A la media cuadra dobló y, siempre cacareando y aleteando, se metió en la casa de Moritán. Empujó la puerta cancel y de un brinco estuvo en el patio. La turba se agolpaba en la calle. Moritán, que oyó la alharaca, se vino desde el fondo. Al ver ese monstruoso enemigo, que se le abalanzaba, quiso ganar las piezas, pero un balazo lo alcanzó y después otro. A Rivarola se lo llevaron entre dos vigilantes. El hombre forcejeó, cacareando.
Al mes estaba en libertad. El médico forense declaró que había sido víctima de un brusco ataque de locura. ¿Acaso el pueblo entero no lo había visto, conduciéndose como un gallo?"
(De El oro de los tigres. 1972)



domingo, 13 de marzo de 2011

VIRGINIA WOOLF nació en Londres en 1882 y murió a los 59 años. Fue novelista, ensayista, escritora de relatos, editora y feminista. Una de las figuras más destacadas del modernismo literario. Perteneció al grupo Bloomsbury. Aparte de maravillosas obras literarias, como La Señora Dalloway, Al faro, Fin de viaje, Orlando, Las Olas; Una Habitación propia, o Las mujeres y la literatura, dejó su lúcido pensamiento como mujer, del que recogemos algunas frases:

Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción (Una habitación propia)

El lector que haya intimado con las severidades del trabajo de redactar no necesitará pormenores: cómo escribió y le pareció bueno; releyó y le pareció vil: corrigió y rompió; omitió; agregó, conoció el éxtasis, la desesperación: tuvo sus buenas noches y sus malas mañanas; atrapó ideas y las perdió; vio su libro concluido y se le ´borró; personificó sus héroes mientras comía; los declamó al salir a caminar; rió y lloró; vaciló entre uno y otro estilo; prefirió a veces el heroico y pomposo; otras el directo y sencillo... y no llegó nunca a saber si era el genio más sublime o el mayor mentecato de la historia (Orlando)

No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.

Sí, siempre mantened los clásicos a mano para prevenir la caída.

Escribir constituye el placer más profundo, que te lean es solo un placer superficial.

lunes, 21 de febrero de 2011

IMPACIENCIA, Coral Tejero



Fuera, nieva. Observo la lentitud de los copos. Estoy aburrido. De vez en cuando deja de nevar y empieza a llover. La lluvia derrite la nieve acumulada. Cuando las gotas dejan de caer, ésta vuelve a posarse sobre el suelo humedecido para más tarde ser arrasada por la lluvia. Concentrado en observar este círculo meteorológico, dejo pasar las horas. Ya he recorrido la casa mil veces, he dejado mordisqueados varios bolígrafos por los nervios y he ido a beber agua. El aburrimiento es tal que dormito un rato intentando que el tiempo pase más deprisa. Al poco me levanto más cansado de lo que me acosté y vuelvo a observar la ventana.
Ha dejado de nevar y parece que la lluvia amaina. Me siento alerta frente a la ventana y miro con fijeza la lluvia que cae, intentando frenarla con la mirada. Tras un par de horas y varias visitas a la cocina buscando algo apetitoso, me percato de que ha dejado de llover. Con infinita alegría corro hacia el dormitorio principal y golpeo la puerta intentando llamar la atención de Sandra. Ella se gira y sonríe con dulzura. Con sólo ver mis ojos, sin ninguna palabra, ya sabe lo que quiero. Se coloca el abrigo sobre los hombros y se calza las botas. Yo llevo tiempo preparado para salir, de tanta impaciencia.
Nos dirigimos a la puerta juntos, acompañando los pasos del otro. Ella abre y yo me adelanto hacia el exterior. Libertad, por fin, libertad, siempre he odiado estar entre cuatro paredes durante demasiado tiempo.
Corro y salto por el pavimento con la energía propia de un niño. Sandra me mira con una sonrisa en el rosto y y gesto protector. De vez en cuando giro la cabeza hacia ella y la invito a unirse a mis juegos infantiles.
Tras un rato disfrutando de la calle, veo que Sandra se aproxima. Primero me acaricia la cabeza con ternura y peina con los dedos mi pelo castaño. Finalmente se agacha y me coge en brazos, rodeándome con cuidado. Cuando entramos de nuevo por la puerta de casa ladro alegremente, mostrando mi deseo de repetir pronto el paseo con mi ama.

jueves, 17 de febrero de 2011

CERTAMEN LITERARIO DE RELATO JOVEN


Certamen Literario "El Fungible" 2.011
El Ayuntamiento de Alcobendas promueve una nueva convocatoria. Podrán participar en el XX Concurso de Relatos todos los jóvenes de 15 a 35 años que concurran con obras inéditas y originales, escritas en castellano y una extensión máxima de diez páginas, escritas por una cara y a doble espacio. Máximo dos obras por autor, por duplicado, mediante sistema de lema y plica. 1.500 euros para la mejor obra y 500 euros para los dos finalistas. Todo ello será así mismo publicado. ¿Quién se anima? Aún hay tiempo, es hasta el 13 de Mayo. Más información en http://www.alcobendas.org/. Sección cultura.

lunes, 7 de febrero de 2011

Cambios

GUANTES, Paloma Caramelo


Siempre llevo guantes y paso gran parte del tiempo de bolsillo en bolsillo. Cojo y me largo, arranco y me escurro, rasgo, sustraigo, amordazo. Juego alrededor de un barrio, edificios altos y mujeres con grandes bolsos y jugosas tarjetas de crédito. Me reflejo en los cristales de las oficinas, en las que a menudo entro a hacer visitas a mi amiga acorazada.
Con el dorso de la mano acaricio la manga de abrigos ajenos y choco contra peatones despistados que se cruzan en mi camino. Al caer la noche salgo en busca de aventuras y me quedo horas agarrado a una farola, esperando la víctima perfecta. Mi rincón favorito de la ciudad es el lugar ajeno.
Esta noche voy a juguetear un poco. Saco un cigarro del bolsillo trasero del pantalón y lo enciendo con calma. Soy irresistiblemente atractivo cuando fumo, y las cuentas bancarias de las mujeres siempre me han vuelto loco. Entro en un restaurante bastante caro y le hago señas al camarero para que me traiga una copa a la barra. Está fría y mojada por fuera. La seco con elegencia y bebo poco a poco mientras observo la jugada maestra: una pelirroja vestida de granate al fondo de la sala, enfadada y hablando por el móvil. ¡Bingo! Esta noche me enredaré en su pelo, en una habitación lujosa y con muchos ventanales, escurriéndome entre las suaves texturas de las sábanas, la moqueta, el terciopelo de los sofás... Y cuando ella se levante, mis guantes se habrán marchado con su más preciado tesoro.

lunes, 24 de enero de 2011

Malentendido, por Alejandro Millán


Ella se despertó en una habitación pequeña. Miró a su alrededor. A la derecha, unas sábanas tiradas. Enfrente había una mesa y sobre ella el morro de una botella de plástico que goteaba una bebida oscura. Por la ventana entraba luz. En el suelo, una capa de patatas y fritos variados mezclados con las bebidas de las botellas. Había ese olor dulce de los refrescos, pero con el contraste amargo de los ganchitos en descomposición. Detrás de una bolsa de patatas se encontraba una zapatilla Vans, con una base plana y encima un semicírculo. Era de color negro, con unos cordones verdes extremadamente chillones.
Cuando él se despertó, también miró a su alrededor. Al fondo había algo que desentonaba. Una bota femenina, marrón oscura y lisa, de no ser por la cremallera disimulada a un lado. Por detrás se veía el tacón de aguja. ¡Qué fea!
Ella se acercó a él. El suelo crujió como al masticar una galleta que, por los fritos empastados, hacía que tuviese picos.
¿Qué hacía acercándose a él? Esa asquerosidad de bota solo serviría como alimento para las ratas en un vertedero. Se alejó de ella. ¿Qué quería insinuar?
- Una fiesta preciosa, espero que volvamos a vernos otra noche, dijo la bota.
¿Qué?, pensó. ¿Voy a tener que verla otra vez?

lunes, 17 de enero de 2011

CORAZÓN DE CUERO, por Inés Herrero







Pum, pum, pum...las gotas resbalan de las ramas secas hasta el suelo. Hace bastante frío, pero también hace bastante que dejó de importarme; parece que estoy limpio y todo gracias a este aguacero. El cuero negro que me envuelve me oculta entre los troncos del bosque; mis múltiples hebillas metálicas sueltan algún que otro centelleo.
Hace tan solo un día que estaba en un cómodo armario de madera, junto al radiador del pequeño piso de Jack, pero tuvo que venir ella. Nunca pensé que una vieja bota como yo pudiera perder la suela tras un par de bailarinas blancas. somos tan diferentes que todavía no me creo que pasáramos esa noche, los dos, tirados por la moqueta...tan cerca estaban mi cuero y su tela que aún siento su tacto cremallera arriba, tan dulce como el chocolate, tan ácida como amanecer en un río de naranja.
Todo fue un error, un tremendo error. Por ellas, por esas dos jóvenes bailarinas, caminé lejos del armario y ahora sobre mí noto las gotas de lluvia cayendo de los ojos del pobre Jack.

sábado, 15 de enero de 2011

El Quijote virtual. ¡Una maravilla!

Os mando un regalo quijotesco. Pinchad en la siguiente dirección y encontraréis el Quijote, con música, con información de cómo era la época, en versión de castellano antiguo y actualizado.

sábado, 8 de enero de 2011


MANIFIESTO
Un blog es una ventana a cualquier parte, da igual donde estés. Con un click puedes abrirla y entra el aire fresco para que leas cuentos escritos por gente de tu edad y opines sobre ellos.
Tatuaremos nuestras historias en la frente de cada uno de vosotros, porque,
¿Para qué quedarse callado pudiendo gritar entre letras?