El pringao y el afilador.
Andrés del Álamo.
Entonces, ¿qué tal va el negocio?, pregunté.
Pué tirandiyo, jefe, me respondió con su acento.
¿Hay clientela?
Cada vé méno, con la que está cayendo...
Siguió afilando el cuchillo un poco más. Una vez hubo terminado le pregunté:
¿Cuánto es?
Cuarenta euriyos, maestro.
Me quedé helado. los gitanos empezaron a cerrar filas.
Será mejó esto, dijo uno de ellos, que usar el cuchiyo pá otra cosa, ¿no cree, jefe?
Claro, claro -dije- y le di el dinero que me pedía.
Qué bonita era la melodía del afilador.
Y qué gilipollas era yo.
A ver si vemos la cara de Andrés...
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