Hay una revista literaria para jóvenes, perteneciente a la Fundación Jordi Serra i Fabra, uno de los escritores actuales más populares en literatura juvenil. Abajo podéis encontrar la revista virtual con artículos, entrevistas, recomendaciones de libros y una selección de relatos de jóvenes en función de las edades.¡Que os guste!
http://www.lapaginaescrita.com/www.lapaginaescrita.com
Blog creado por el taller de jóvenes escritores impartido por Carmen Peire, para compartir relatos de jóvenes, aficiones literarias, libros y todo lo relacionado con la literatura
viernes, 28 de diciembre de 2012
domingo, 23 de diciembre de 2012
LA BOLA DE SEBO
Hans Christian Andersen
(extraído del diario El País)
Hervía y bullía mientras el fuego llameaba bajo de la olla, era la cuna de la vela de sebo, y de aquella cálida cuna brotó la vela entera, esbelta, de una sola pieza y un blanco deslumbrante, con una forma que hizo que todos quienes la veían pensaran que prometía un futuro luminoso y deslumbrante; y que esas promesas que todos veían, habrían de mantenerse y realizarse.
La oveja, una preciosa ovejita, era la madre de la vela, y el crisol era su padre. De su madre había heredado el cuerpo, deslumbrantemente blanco, y una vaga idea de la vida; y de su padre había recibido el ansia de ardiente fuego que atravesaría médula y hueso… y fulguraría en la vida.
Sí, así nació y creció cuando con las mayores, más luminosas expectativas, así se lanzó a la vida. Allí encontró a otras muchas criaturas extrañas, a las que se juntó; pues quería conocer la vida y hallar tal vez, al mismo tiempo, el lugar dónde más a gusto pudiera sentirse. Pero su confianza en el mundo era excesiva; este solo se preocupaba por sí mismo, nada en absoluto por la vela de sebo; pues era incapaz de comprender para qué podía servir, por eso intentó usarla en provecho propio y cogió la vela de forma equivocada, los negros dedos llenaron de manchas cada vez mayores el límpido color de la inocencia, que al poco desapareció por completo y quedó totalmente cubierto por la suciedad del mundo que la rodeaba, había estado en un contacto demasiado estrecho con ella, mucho más cercano de lo que podía aguantar la vela, que no sabía distinguir lo limpio de lo sucio… pero en su interior seguía siendo inocente y pura.
Vieron entonces sus falsos amigos que no podían llegar hasta su interior, y furiosos tiraron la vela como un trasto inútil.
Y la negra cáscara externa no dejaba entrar a los buenos, que tenían miedo de ensuciarse con el negro color, temían llenarse de manchas también ellos… de modo que no se acercaban.
La vela de sebo estaba ahora sola y abandonada, no sabía qué hacer. Se veía rechazada por los buenos y descubría también que no era más que un objeto destinado a hacer el mal, se sintió inmensamente desdichada porque no había dedicado su vida a nada provechoso, que incluso, tal vez, había manchado de negro lo mejor que había en torno suyo, y no conseguía entender por qué ni para qué había sido creada, por qué tenía que vivir en la tierra, quizá destruyéndose a sí misma y a otros.
Más y más, cada vez más profundamente reflexionó, pero cuanto más pensaba, tanto mayor era su desánimo, pues a fin de cuentas no conseguía encontrar nada bueno, ningún sentido auténtico en su existencia, ni lograba distinguir la misión que se le había encomendado al nacer. Era como si su negra cubierta hubiera velado también sus ojos.
Mas apareció entonces una llamita: un mechero; este conocía a la vela de sebo mejor que ella misma; porque el mechero veía con toda claridad -a través incluso de la cáscara externa- y en el interior vio que era buena; por eso se aproximó a ella, y luminosas esperanzas se despertaron en la vela; se encendió y su corazón se derritió.
La llama relució como una alegre antorcha de esponsales, todo estaba iluminado y claro a su alrededor, e iluminó al camino para quienes la llevaban, sus verdaderos amigos… que felices buscaban ahora la verdad ayudados por el resplandor de la vela.
Pero también el cuerpo tenía fuerza suficiente para alimentar y dar vida al llameante fuego. Gota a gota, semillas de una nueva vida caían por todas partes, descendiendo en gotas por el tronco cubierto con sus miembros: suciedad del pasado.
No eran solamente producto físico, también espiritual de los esponsales.
Y la vela de sebo encontró su lugar en la vida, y supo que era una auténtica vela que lució largo tiempo para alegría de ella misma y de las demás criaturas.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
El altillo Mario Benedetti
Está allá arriba. Lo veo desde aquí. Siempre quise un altillo. Cuando tenía nueve años, cuando tenía doce. Lo veo desde aquí y es bueno saber que existe. Tiene la luz encendida. Es una bombilla de cien bujías, pero desde el patio la veo apenas como un resplandor. Siempre quise un altillo, para escaparme. ¿De quién? Nunca lo supe. Francamente, yo quisiera saber si todos están seguros de quién escapan. Nadie lo sabe. Puede ser que lo sepa un ratón, pero yo creo que un ratón no es lo que el doctor llama un fugitivo típico. Yo sí lo soy. Quise un altillo como el de Ignacio, por ejemplo. Ignacio tenía allí libros, almanaques, mapas, postales, álbumes de estampillas. Ignacio pasaba directamente del altillo a la azotea, y desde allí podía dominar todas las azoteas vecinas, con claraboyas o sin ellas, con piletas de lavar ropa o macetas en los pretiles. En ese momento ya no tenía ojos de fuga sino de dominador. Dominar las azoteas es aproximadamente lo mismo que dominar las intimidades. La gente cuelga allí la ropa interior, amontona trastos viejos, toma el sol sin pedantería, hace gimnasia para sí misma y no para las muchachas, como sucede en la playa. La azotea es como una trastienda. Claro que hay azoteas que tienen perros y eso es un inconveniente; pero siempre queda el recurso de tirarles piedras o simplemente espantarlos con gritos. De todos modos, ni a Ignacio ni a mí nos gustaba que un perro nos estuviera mirando. Una azotea con perro pierde su soledad y entonces no sirve, especialmente si el perro tiene ojos de persona. A mí ni siquiera me gustan los perros con ojos de perro. Los gatos me importan menos. Son como un decorado y nada más. Puedo sentirme perfectamente solo con el cielo, un avión, una cometa y un gato. Incluso con Ignacio podía sentirme casi solo. Sería tal vez porque no hablaba. Tomaba los gemelos de teatro, miraba detenidamente la azotea de los Risso, y una vez que se cercioraba de que ni Mecha ni Sonia habían subido todavía, entonces me los alcanzaba a mí, y yo miraba detenidamente hacia la azotea de los Antuña hasta cerciorarme de que ni Luisa ni Marta habían subido. Siempre quise un altillo. El de Ignacio era un lindo altillo, pero tenía el inconveniente de que no era mío. Ya sé que Ignacio nunca me hizo sentirme extranjero, ni intruso, ni enemigo, ni pesado, ni ajeno; pero yo sentía todo eso por mí mismo, sin necesidad de que nadie me lo recordara. Para huir, para escapar de algo que uno no sabe bien qué es, hay que hacerlo solo. Y cuando escapaba (por ejemplo, cuando hice añicos los anteojos de mi tía y los tiré por el water y ella perdió todo su aplomo y se puso furiosa y me gritó tarado de porquería, linda consecuencia de las borracheras de tu padre, aunque según el doctor no es seguro que mi atraso tenga que ver con las papalinas de mi viejo, que en paz descanse) y cuando yo escapaba al altillo de Ignacio para estar solo, no podía estar solo, porque claro, estaba Ignacio. Y también
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a veces el perro del vecino, que es de los que miran con ojos de persona. Todo eso a los doce años y también a los nueve. A los trece se acabó el altillo porque empecé a ir al colegio de fronterizos. No recuerdo nada de lo que hice en el colegio. Hay que ver que fui solamente por tres días; después me pegó el grandote malísimo y estuve mucho tiempo en cama sin poder abrir este ojo que ahora abro, y además conteniendo la respiración. Todo debido a la costilla rota, claro. Pero al final tenía que respirar porque me ponía colorado, colorado, primero como un tomate y después como una remolacha. Entonces respiraba y el dolor era enorme. Se acabó el colegio de fronterizos, dijo mi tío. Después de todo es casi normal, dijo mi tía. Yo estaba agachado y de pronto sentí el frío de la llave en el ojo. Me aparté de la cerradura y me puse el camisón. Ella vendrá a enseñarte aquí desde mañana, dijo mi tía, antes de arroparme y darme un beso en la frente. Yo no tenía todavía mi altillo, ni tampoco podía ir al de Ignacio porque su papá se peleó con mi tío, no a las trompadas sino a las malas palabras. Ella vino a enseñarme todas las mañanas. No sólo me enseñaba las lecciones. También me enseñaba unas piernas tan peludas que yo no podía dejar de mirarlas. Le advertí que yo era casi normal y ella sonrió. Me preguntó si había alguna cosa que me gustaba mucho, y yo dije que el altillo. Enseguida me arrepentí porque era como traicionar a Ignacio, pero de todos modos ella lo iba a saber porque su mirada era de ojos bien abiertos. Yo creo que nunca cerraba los ojos, o quizá pestañeaba en el instante que yo también lo hacía. Algunas veces yo demoraba más, a propósito, pero ella se daba cuenta de mi intención y también demoraba su pestañeo, y tal vez luego parpadeaba junto conmigo porque nunca le vi cerrar los ojos. Mejor dicho, la vi una sola vez, pero ésa no vale porque estaba muerta. Los ex alumnos le llevamos un ramo de flores. Yo era ex alumno pero no la quería demasiado. Quería sus piernas, eso sí, porque eran peludas, pero la persona de ella también tenía otras partes. Así que sólo duró un mes y medio. Una lástima porque había mejorado mucho, dijo mi tía. Ya sabía la tabla del ocho, dijo mi tío. Yo sabía también la del nueve, claro que nunca dije nada porque algún secreto hay que tener. Yo no sé cómo hay gente capaz de vivir sin secretos. Ignacio dice que el secreto más secreto de sus secretos es que. Pero yo no lo voy a decir porque le juré no comunicarlo a nadie. Fue sobre el perro muerto que lo juré. No sé exactamente cuándo. Siempre se me mezclaron las fechas. Acabo de hacer algo y sin embargo me parece muy lejano. En cambio, hay ocasiones en que una cosa bien antigua, me parece haberla hecho hace cinco minutos. A veces puedo saber cuándo, sobre todo ahora que mi tío me regaló el reloj que fue de mamá que en paz descanse. Pobrecito, así se entretiene, dijo mi tía. Pero yo no quiero entretenerme, es decir no quería, porque eso fue a los doce años y ahora tengo veintitrés, me llamo Albertito Ruiz, vivo en Solano Antuña cinco seis nueve, mi tío es el señor Orosmán Rivas y mi tía la señora Amelita T. de Rivas. La T. es de Tardáguila. Al fin conseguí el altillo. Para mí solo. Loo conseguí ayer, anteayer, o hace cinco años. No me importa el plazo. Mi altillo está. Lo veo desde aquí. Siempre quise mi altillo. Dice el doctor que no es
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exactamente un fronterizo, suspiró mi tía, y por el ojo de la cerradura yo vi exactamente su suspiro, o sea cómo se levantaba la pechera y luego bajaba, cómo se levantaba el collar con la crucecita y luego bajaba. Luego bajaba del altillo y mi tío estaba tomando mate y preguntaba qué tal. Lindo, dije. Mi altillo tiene una portátil con una bombilla que oficialmente es de setenta y cinco bujías. Yo hice trampa y le puse una de cien bujías, pero la tía cree que es una de setenta y cinco. A veces me molesta en los ojos tanta luz. El tío se dio cuenta de que, aunque en la bombilla dice setenta y cinco, en realidad es de cien bujías, pero yo sé que no me va a denunciar frente a la tía, porque en su mesa de noche él también tiene una de setenta y cinco cuando la tía le ha dado permiso para tener una de cuarenta bujías. Bujías quiere decir bichitos. Si Ignacio no hubiera venido hace un rato, yo estaría ahora en el altillo. Pero vino y hacía muchos años que no lo veía. Él dijo que once. Yo supe que se habían mudado y que él no tenía más altillo. Hola, dijo. Ignacio nunca habló mucho, ni siquiera en la época que tenía su altillo y estaba tan orgulloso. Ahora yo tengo el mío. De tarde me gusta salir a la azotea y por suerte aquí no hay perros con mirada de persona. Hay uno chiquito en la azotea de Terneiro, uno chiquito que se llama Goliat, pero ése tiene mirada de perro así que no me preocupa tanto. Hola, dije yo también. Pero me di cuenta a qué venía. Enseguida me di cuenta. Él dijo que hacía once años que no nos veíamos y que estaba en tercero de Facultad. Me pareció que tenía bigote. A mí no me crece el bigote. Tu tío me dio permiso para que viniera a verte, dijo para disimular. Dice tantas macanas mi tío. Se acercó a la ventana. Miró el cielo. También el cielo lo miró a él. Paf. Qué tal, me preguntó mi tío cuando bajé. Lindo, dije. Yo dejé la luz encendida y desde aquí veo el resplandor. A mí no me va a quitar nadie el altillo. Nunca. Nadie. Nunca. Yo a él no lo traicioné y ahora viene y se pone el muy falluto a mirar disimuladamente el cielo. Todos sabemos que él perdió su altillo, pero yo no tengo la culpa. Qué tal, preguntó mi tío. Lindo, dije. La luz está encendida, la bombilla de cien bujías, pero estoy seguro que a Ignacio no le molesta, porque antes de bajar dije perdón y le cerré los ojos.
lunes, 17 de diciembre de 2012
Microrréplicas. Blog de Andrés Neuman: 10 microapuntes sobre micronarrativa
Microrréplicas. Blog de Andrés Neuman: 10 microapuntes sobre micronarrativa: 1. No es lo mismo lo breve que lo corto: lo breve calla a tiempo, lo corto antes de tiempo. 2. La vocación de todo microcuento es c...
domingo, 9 de diciembre de 2012
Rojo
III
Alex Millán
Rojo.
Fue el primer pensamiento que tuve cuando me acerqué al colegio. Abandonado
desde hacía años, cuando el fuego lo devoró. Dentro, el aroma a putrefacción, y
las paredes viscosas por capas de desechos sedimentados por el tiempo. Ya no
había aulas, solo salas vacías donde se amontonaban los restos calcinados de mi
juventud. Oí los gritos de mis compañeros que resonaban por las estancias, y el
rojo, el rojo que se los tragaba.
Afuera
comenzó a llover mientras, a los lejos, el sol era engullido por las montañas.
Ya era hora de volver. Un
grito me taladró los oídos. Había sido real, no un recuerdo de mi imaginación.
La oscuridad iba invadiendo el edificio. No tenía que haberme quedado tanto
tiempo allí. Me daba lo mismo quién hubiese gritado, el pánico me invadió y
solo pensé en salir. Corrí, pero en vez de la puerta principal me encontré con
un muro. Di la vuelta. Ese no era el pasillo de la entrada. Oí otro grito. No
veía nada, solo me lancé por el primer sitio que encontré. Pasos corriendo.
Venían de donde yo había estado. Encendí la linterna de mi llavero e iluminé a
los lados.Entonces fui yo el que grité. Un cuerpo calcinado se encontraba delante mio. Torcí el pasillo y seguí sin mirar atrás. Un olor a quemado me llegó y frente a mí vi la luz de unas llamas. Volví a girar para alejarme de ellas, pero llegué a lo que había sido el auditorio. El fuego lamía las paredes y el suelo y, acorralados, mis antiguos compañeros chillaban. Sentí el calor que me rodeaba. A mi espalda, los pasos aumentaban en número. Salí de allí, pero las llamas me rodeaban, y el humo no me dejaba respirar.
Mis
antiguos compañeros salieron del fuego y se me acercaron. Desde el pasillo los
pasos se transformaron en mis antiguos profesores.
Rojo II
Alex Millán
Corro.
Detrás de mí, el calor. Pasos. Más rápido. Gritos que me llaman. Chillidos. No
puedo más. Me caigo mientras el rojo me atraviesa.
Estoy
jadeando. Me siento contra la pared, todavía con el corazón acelerado. Eso pasó
hace muchos años. Me cambio para irme al trabajo cuando suena el despertador.
No sé ni para qué lo tengo. Todas las mañanas son iguales.
Vuelvo
agotado. No puedo hacer nada más que sentarme en el sofá. Oigo pasos. Serán los
de al lado que han vuelto de ir al supermercado. Los vuelvo a oír. Parece que
vienen de dentro de mi casa. Me levanto y miro. No hay nadie. Me habré
equivocado.
Un
chispazo. El rojo se acerca a mí. Corro. El calor en mi piel. Gritos que me
llaman. Chillidos. El rojo me alcanza.
Un
nuevo día. Mientras bajo las escaleras a la calle, oigo pasos.
-¡Espera
Nicolás! ¡Espera!
Me
giro. No hay nadie.
-¿Sí?-
Respondo
Nadie
me contesta. <<Tonterías>> pienso.
El rojo
me rodea. Salgo del edificio. Corro. Chillidos. Una barrera roja ante mí. A la
derecha. Otra de frente. Media vuelta. Otra. El rojo me consume.
Al lado
de mi cama oigo pasos. Enciendo la luz a toda prisa. Nadie. Vienen del pasillo.
Una voz me llama. Chillidos. Salgo corriendo de la casa todavía en
calzoncillos. Cuando los ruidos se callan vuelvo a entrar. Me cambio, y salgo
inmediatamente. El
médico me dice que me tome unas pastillas y vuelva a casa, por ahora, y que si
continúan las voces, que vuelva a ir.
Es la
primera noche en más de quince años que no tengo esa pesadilla. Será por las
pastillas. Son las primeras que consiguen que se me vayan los sueños. Me estoy
cambiando cuando empiezo a sentir calor. Las paredes están rojas. Salgo
corriendo y me subo al coche.
Rojo I
Alex Millán
Lo odiaba. Odiaba ese edificio
gris al que tenía que ir durante el resto del verano. ¿Por qué entre
todos mis amigos yo era el único idiota que seguía en Madrid? Oí la voz de mi
padre en mi cabeza: “El chino es el futuro, tienes que aprenderlo”. ¿Por qué no
entendía que no se me daba bien? Cuando llevas tres veranos seguidos haciendo el
mismo curso, matándote a estudiar, pero suspendiendo, significa que se te da
mal, y no hay más remedio.
Y allí estaba. Nueva academia,
nuevo profesor, nuevos compañeros, pero mismo curso. El profesor comenzó a
hablar. ¿Qué estaba diciendo? No le entendía. Nos pasó una hoja. ¿Qué quiere
que hagamos con ella? Miré desalentado al vacío mientras el resto de mis
compañeros empezaban a escribir como locos. Llegué agotado a mi casa al acabar
las cinco horas de clase.
El verano proseguía mientras me
desesperaba. No, este año no podía volver así. Compré varias latas de gasolina y
me las metí en la mochila. Al día siguiente llegué tarde, pero no me dirigí al
aula. Rocié una sala vacía y todo el pasillo con el
líquido. Después, una cerilla. Cuando las alarmas comenzaron a
pitar, me uní a la avalancha de personas que salían, y me senté en un banco a
la espera de los bomberos. Cuando llegaron, el edificio estaba acabado. La
parte derecha se mantenía todavía intacta, pero de la izquierda solo quedaban
restos. La estructura de piedra se había mantenido, pero el fuego se había
comido el suelo y las paredes que se veían desde fuera estaban negras.Lentamente, me dirigí hasta el metro
lunes, 29 de octubre de 2012
miércoles, 12 de septiembre de 2012
Septiembre. Preparamos bolis, lápices, cuadernos, volvemos a los estudios y también a lo más divertido: el taller. Es el cuarto año en el que los más jóvenes empezaron a escribir, a construir sus historias en colectivo, a leerlas, a soñar juntos. Y estamos de vuelta, con más ganas que nunca. Si a ti también te gusta escribir y tienes entre 13 y 18 años, hazlo, no te cortes. Si te gusta leer y quieres compartir tu afición con otros compañeros de tu misma edad, este es el sitio. ¡¡Te esperamos!!
Una conflagración imperfecta[Cuento. Texto completo] Ambrose Bierce | |
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martes, 19 de junio de 2012
Historias Corrientes, de Inés Herrero
Historias Corrientes
Suelo frío. Cinco moscas y un gato. Rocío en los ojos, amanecer en los
labios y colores en la piel. Palpa la primavera mientras se incorpora, el olor
se camufla con el café de la acera de enfrente y sus pasos se dirigen, pequeños
autómatas, hacia la calle principal.
La carnicería está desierta, solo son las diez. Se desnuda y se enchufa
a sí mismo con la manguera. Apenas cuatro clientes en la mañana y solo dos
intentos de robo en la tarde. Echa el cierre y pasea hasta el número cincuenta
y ocho. El gato gris duerme en el felpudo y se cuela hasta el salón cuando abre
la puerta. Su mujer se ha marchado, y el tarro con los ahorros también. No
tiene tiempo para lamentarse.
Las doce en el reloj de la torre, sonoras
campanadas. Luego oscuridad, oscuridad esparcida por el callejón hasta esa luz
que brilla. El mundo expectante de un circo grotesco.Los
vagabundos duermen, siempre hay algún pobre diablo que cae en sus zarpas.
Grito, destello, saco.
Amanece. Ojos hinchados, manos sucias y cuerpo sudoroso. El calor
comienza a deslizarse bajo las persianas y las ratas olisquean la nueva
mercancía. El chirrido de la puerta anuncia al primer cliente de la mañana.
Consigue algo de calderilla antes de que la noche le abofetee y le arroje
contra su agujero.
Observa las cartas amenazantes
de su señor casero, faltan tres de los cinco muebles y el gato se ha ahogado en
la bañera. Había dejado encendido el gas desde ayer, y en esos instantes una
chispa pasa ante sus ojos. No tiene tiempo para lamentarse.
martes, 5 de junio de 2012
martes, 28 de febrero de 2012
PARA TODA LA FAMILIA
Para toda la familia, Andrés Álamo Cienfuegos
A mi padre le había dado desde hace poco un emperramiento.
Tenía el capricho de irse a Francia a vivir de no sé qué trabajo que había
allí. Había surgido durante una cena con unos amigos que venían de Francia a
visitarnos. Delirios de cincuentón y del cava bueno, Pretendía llevarme consigo.
Era parte de ese plan descabellado. Días insistiéndome. Mi padre reveló el proyecto a la familia, en un intento por reforzar la presión
que ejercía sobre mi desde hace días.
Estábamos en plena merienda de reyes. La familia se cernía
sobre una mesa con dos roscones con nata. Hacía calor, mucho
calor. El chocolate caliente se mezclaba con la calefacción y había el típico
ambiente provocado por la fricción de niños sobre la alfombra.
Al oír la noticia, todo el clan de Sanchos Panza en torno a
la mesa, bramó. Todos menos yo. Sabía lo que venía ahora: mi padre decía
el sueldo en voz alta.
-
Siete mil euros- dijo.
Toda la familia se fundió en un sonoro- ¡Coño!-
-
¿Y a qué esperas para irte? Dijo mi tía
Angelines
- Pues... - dijo mi padre- a que el chico se decida.
Todos se volvieron ceñudos hacia mí. Abrió la veda una
mujer a la que no conocía de nada, que de hecho creo que no pertenecía a la
familia. La única conclusión que había sacado de ella era que era más bien
rústica. Chillaba con la voz y el timbre de los programas del corazón.
- ¡Una oportunidad así no se te va a volver a
presentar en la vida!
El público de aquel singular circo romano rugió a su favor.
No me dio tiempo a replicar. Entro en
escena mi tío Ramón, un hombre de talle corto. Con nada más verle te imaginabas
que clase de persona era. Ese tipo al que jamás se ha visto hablar de ideas, buen
amigo de la cerveza que acostumbraba a demostrar el amor por sus allegados ofendiéndoles, como buen manchego. Me miró, sonrió y dijo:
- Mira, chavalín, ¡a ti lo que te pasa ejque eres un cagaó! –me decía con una sonrisa en la boca- además ¿ tu sabes lo
bien que se come allí?
Como se encontraba al lado mío, me propinó un sonoro
collejón y todo el mundo se rió mientras la ira me invadía. Acto seguido comenzó
una hipotética historia sobre una obscena comilona en Francia. Con detalles muy
gráficos. La familia reía, sin recato alguno, pues a sus ojos, cuanto más
explicito era Ramón, más gracioso se volvía.
Miré a mi prima en busca de socorro. Pero me devolvió una
mirada de impotencia. Lo peor estaba por venir. Se aproximaba, entre amplios
bamboleos mi tía Remedios, una mujer de doscientos diez kilos y metro cincuenta
de altura, de pelo rojo y corto. Se sentó en mi mismo taburete , rebosándolo
por todos los lados. Y a mí también. Me posó una mano en la pierna y la
acarició. Luego susurró voz en grito:
- Ejcuchame:
y no sabes tú bien lo que se folla allí.
El sudor me invadió. El
labio inferior me temblaría de no tenerlo tan tenso. Pensé en explotar. Pero
no. Eso es lo que querían que pasase. Más valía ser paciente. Callar y
que pensaran que era un idiota. Más valía que no les siguiera la corriente. ¡Putas
navidades! Es todo culpa suya.
jueves, 16 de febrero de 2012
¡MALDITAS NAVIDADES! De la cosecha del taller juvenil
Malditas Navidades, por Alejandro Millán
Llegamos a casa de los abuelos esperando que esta vez la visita sea distinta a todos los años. la familia mira con cara de resignación. Las mujeres discuten cómo hacer el cordero, mientras que los hombres intentan hablar de temas banales. El primo mayor ya se ha ido y los pequeños juegan con los coches. Comemos. Pilar, la tía que no se ha casado y que vive con los abuelos, para que alguien le haga caso, empieza a geritar cuando el tío Miguel se come una anchoa que ella consideraba suya. Los pequeños se niegan a comer. En la sobremesa, el tío Miguel, dueño de la multinacional, nos vuelve a llorar que la empresa va a quebrafr de un momento a otro, mientras que el abuelo repite sus aventuras de joven. la abuela anuncia lo que va a haber para comer al día siguiente. Pilar dice que llegará tarde, que la esperemos, que sale con sus amigas y no sabe cuándo volv erá. Nadie dice nada. Al día siguiente se reparten los regalos: un libro, una corbata o una pulsera de poco valor. Los pequeños se ilusiones con su Spiderman nuevo y van jugando y molestando por toda la casa. Comemos pasadas las cinco, cuando llega la tía. No se habla, pero todos la miran. Después de comer nos vamos, para volver al año siguiente, esperando que esta vez la visita sea distinta a todos los años.
Llegamos a casa de los abuelos esperando que esta vez la visita sea distinta a todos los años. la familia mira con cara de resignación. Las mujeres discuten cómo hacer el cordero, mientras que los hombres intentan hablar de temas banales. El primo mayor ya se ha ido y los pequeños juegan con los coches. Comemos. Pilar, la tía que no se ha casado y que vive con los abuelos, para que alguien le haga caso, empieza a geritar cuando el tío Miguel se come una anchoa que ella consideraba suya. Los pequeños se niegan a comer. En la sobremesa, el tío Miguel, dueño de la multinacional, nos vuelve a llorar que la empresa va a quebrafr de un momento a otro, mientras que el abuelo repite sus aventuras de joven. la abuela anuncia lo que va a haber para comer al día siguiente. Pilar dice que llegará tarde, que la esperemos, que sale con sus amigas y no sabe cuándo volv erá. Nadie dice nada. Al día siguiente se reparten los regalos: un libro, una corbata o una pulsera de poco valor. Los pequeños se ilusiones con su Spiderman nuevo y van jugando y molestando por toda la casa. Comemos pasadas las cinco, cuando llega la tía. No se habla, pero todos la miran. Después de comer nos vamos, para volver al año siguiente, esperando que esta vez la visita sea distinta a todos los años.
MALDITAS NAVIDADES (de la cosecha del taller juvenil)
Inés Herrero: ¡Malditas Navidades!
...Brama el tío Eusebio irrumpiendo borracho en el salón. Apenas le miran de reojo, todos conocemos de sobra las escenas navideñas del tío, y se acaba aprendiendo a aparentar indiferencia a los gritos insultantes que lanza por doquier.
Es desagradable, lo sé, como un vómito repentino que te deja tal sabor a mierda en la boca que necesitas aire durante unos instantes. Una zarza debió de ser en otra vida, agarrando a la gente por el dobladillo de los pantalones para hacerles el camino más desagradable. Y mejor no hablar de esos andares indiferentes, como si él fuera lo único importante en la casa.
Dos de los tres abuelos que se hallaban sentados en el sofá de cuero de la sala de estar, roncan acompasados con esporádicas ventosidades. La más pequeña de las primas corretea tras el pobre gatito pardo, que intenta esconderse en los rincones de la casa. Mientras, los mayores discutEn sobre temas, desde mi más humilde punto de vista, totalmente incomprensibles.
Los anfitriones se desesperan con la torpeza altamente destructiva de la tía Petunia que, para desgracia de todos, recaE sobre la vajilla buena. Parece un conejo gordo, atrapado en un horrible mantel de colores chillones. Pero, para compensar, diré que es dulce como cualquier niño de cinco años y tierna como un cachorro. Si te acercas sientes un olor tenue a cereza, en contraposición con sus ruidosas pisadas, que crujen y crujen, como si pisara huevos, vaya. Y yo, mirando por la ventana, no puedo evitar preguntarme: ¿en esta casa también tengo que dejar regalos?
...Brama el tío Eusebio irrumpiendo borracho en el salón. Apenas le miran de reojo, todos conocemos de sobra las escenas navideñas del tío, y se acaba aprendiendo a aparentar indiferencia a los gritos insultantes que lanza por doquier.
Es desagradable, lo sé, como un vómito repentino que te deja tal sabor a mierda en la boca que necesitas aire durante unos instantes. Una zarza debió de ser en otra vida, agarrando a la gente por el dobladillo de los pantalones para hacerles el camino más desagradable. Y mejor no hablar de esos andares indiferentes, como si él fuera lo único importante en la casa.
Dos de los tres abuelos que se hallaban sentados en el sofá de cuero de la sala de estar, roncan acompasados con esporádicas ventosidades. La más pequeña de las primas corretea tras el pobre gatito pardo, que intenta esconderse en los rincones de la casa. Mientras, los mayores discutEn sobre temas, desde mi más humilde punto de vista, totalmente incomprensibles.
Los anfitriones se desesperan con la torpeza altamente destructiva de la tía Petunia que, para desgracia de todos, recaE sobre la vajilla buena. Parece un conejo gordo, atrapado en un horrible mantel de colores chillones. Pero, para compensar, diré que es dulce como cualquier niño de cinco años y tierna como un cachorro. Si te acercas sientes un olor tenue a cereza, en contraposición con sus ruidosas pisadas, que crujen y crujen, como si pisara huevos, vaya. Y yo, mirando por la ventana, no puedo evitar preguntarme: ¿en esta casa también tengo que dejar regalos?
miércoles, 8 de febrero de 2012
Soneto en homenaje a Raymond Queneau: del libro cien mil millones de poemas. (Editorial Demipage)
ALMA DESESPERADA, por Marina López Gómez.
Aquí me he resignado, aquí doblo la frente.
Cuando el temblor se inicia y demanda obediencia
ni siquiera la nieve que doblega y sentencia,
ni el atroz día mudo que alarga un huso ausente.
Pues ella enfrenta al sol miradas de serpiente
que le extraigan al mar pateras y decencia.
Al muro encaramada, bella hasta en la demencia
el incendio final que da nombre a occidente.
Sin alma, a ser posible, que es lo perecedero,
la noche es un ritual detrás de la cortina,
y la lágrima perdida, dentro de un aguacero.
En el alma se estanca el rumor de la ruina,
tendré que resignarme al pan de este aguacero
en mi peor momento, en mi mayor espina.
Aquí me he resignado, aquí doblo la frente.
Cuando el temblor se inicia y demanda obediencia
ni siquiera la nieve que doblega y sentencia,
ni el atroz día mudo que alarga un huso ausente.
Pues ella enfrenta al sol miradas de serpiente
que le extraigan al mar pateras y decencia.
Al muro encaramada, bella hasta en la demencia
el incendio final que da nombre a occidente.
Sin alma, a ser posible, que es lo perecedero,
la noche es un ritual detrás de la cortina,
y la lágrima perdida, dentro de un aguacero.
En el alma se estanca el rumor de la ruina,
tendré que resignarme al pan de este aguacero
en mi peor momento, en mi mayor espina.
Sonetos basados en el libro homenaje a Raymond Queneau: Cien mil millones de poemas.
MUERTE DE ENERO, por Sara Gancedo
El tarro nunca abierto de una letal esencia,
tu deseo no sale del estado latente
cuando pone en la piel su lengua de serpiente,
al muro encaramado, bella bestia es la demencia.
Cuando el temblor se inicia y demanda obediencia
la guadaña le alarga su figura esplendente,
de un saxo va saliendo su muerte suavemente,
se desquicia la música, porque no tiene herencia.
La alusión a la fiebre, con más fiebre termina,
la sangre se detiene, como fugaz bobina
y la lágrima perdida dentro de un aguacero.
Hay música de lobo en las calles de enero.
La lluvia horada en mí, me envuelve la neblina.
No recuerdo tu nombre ni te dije te quiero.
El tarro nunca abierto de una letal esencia,
tu deseo no sale del estado latente
cuando pone en la piel su lengua de serpiente,
al muro encaramado, bella bestia es la demencia.
Cuando el temblor se inicia y demanda obediencia
la guadaña le alarga su figura esplendente,
de un saxo va saliendo su muerte suavemente,
se desquicia la música, porque no tiene herencia.
La alusión a la fiebre, con más fiebre termina,
la sangre se detiene, como fugaz bobina
y la lágrima perdida dentro de un aguacero.
Hay música de lobo en las calles de enero.
La lluvia horada en mí, me envuelve la neblina.
No recuerdo tu nombre ni te dije te quiero.
Recordando a Charles Dickens
Confesión encontrada en una prisión de la época de Carlos II Charles Dickens | ||
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lunes, 6 de febrero de 2012
miércoles, 1 de febrero de 2012
Nuevo cuento de Ambrose Bierce
Una conflagración imperfectaAmbrose Bierce | |
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viernes, 27 de enero de 2012
LEWIS CARROLL
CHARLES LUTWIDGE DODGSON (Daresbury, 1832
— Guildford, 1898), más conocido como LEWIS CARROLL, fue profesor de
Matemáticas en la Universidad de Oxford durante casi treinta años, además de
autor de varias obras científicas, entre ellas Euclides y sus rivales modernos (1879) y El juego de la lógica
(1886). En 1856, Dodgson descubrió la que sería una de sus pasiones: la
fotografía. Así, a lo largo de más de veinte años, realizó una serie de tres
mil retratos de los que apenas se conservan mil.
Pero la verdadera fama no le llegaría hasta la publicación de Alicia en el país de las maravillas (1865) que, acompañada por las ilustraciones de sir John Tenniel, tuvo un éxito inmediato, así como su secuela A través del espejo (1871). Más adelante publicaría diversos cuentos y poemas, entre ellos La caza del snark (1876) y los dos volúmenes de Silvia y Bruno (1889-1893), ilustrados por Harry Furniss. Murió en 1898, a la edad de sesenta y cinco años.
Pero la verdadera fama no le llegaría hasta la publicación de Alicia en el país de las maravillas (1865) que, acompañada por las ilustraciones de sir John Tenniel, tuvo un éxito inmediato, así como su secuela A través del espejo (1871). Más adelante publicaría diversos cuentos y poemas, entre ellos La caza del snark (1876) y los dos volúmenes de Silvia y Bruno (1889-1893), ilustrados por Harry Furniss. Murió en 1898, a la edad de sesenta y cinco años.
sábado, 21 de enero de 2012
martes, 17 de enero de 2012
Si pincháis en este blog, podéis encontrar un concurso de relato corto para jóvenes de vuestra edad. ¡Animaros!
http://asociacion-muchocuento.blogspot.com/2012/01/xi-concurso-de-relato-corto-de-iznajar.html
http://asociacion-muchocuento.blogspot.com/2012/01/xi-concurso-de-relato-corto-de-iznajar.html
LOS JARDINES SECRETOS, por Inés Herrero
Inés Herrero, de nuestro taller, quedó finalista con este relato en el Certamen de Relato Corto Jardines Secretos, de Marina de Cuyedo. ¡Enhorabuena! Estamos tan contentos que lo publicamos a continuación:
Mientras su vista se nubla, puede distinguir cómo la última hoja amarillenta se posa en la tierra extinta que le rodea. ¿Dónde han ido las flores? ¿En qué lugar se ocultan los indefensos animales? Nada crece ya a su alrededor.
Al echar la vista atrás, todavía recuerda el esplendor de aquellos campos, el roce del sol sobre los pétalos de arco iris y la suave brisa que danzaba entre las ramas. Eran felices.
Y cómo olvidarse de ella; larga melena castaña, delicada piel de porcelana, mirada mansa y ese infinito amor por cada segundo a su lado.
No fue mucho el tiempo que compartieron en aquel paisaje de cuento, algo oscuro se escurría entre la maleza, acechando.
Ella fue la primera en caer, no se lo culpa. Él dudó, pero cómo negarse ante esos ojos, esa inocencia sin atisbo de preocupaciones, "sólo un mordisco" fue lo que dijo.
sábado, 14 de enero de 2012
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