Historias Corrientes
Suelo frío. Cinco moscas y un gato. Rocío en los ojos, amanecer en los
labios y colores en la piel. Palpa la primavera mientras se incorpora, el olor
se camufla con el café de la acera de enfrente y sus pasos se dirigen, pequeños
autómatas, hacia la calle principal.
La carnicería está desierta, solo son las diez. Se desnuda y se enchufa
a sí mismo con la manguera. Apenas cuatro clientes en la mañana y solo dos
intentos de robo en la tarde. Echa el cierre y pasea hasta el número cincuenta
y ocho. El gato gris duerme en el felpudo y se cuela hasta el salón cuando abre
la puerta. Su mujer se ha marchado, y el tarro con los ahorros también. No
tiene tiempo para lamentarse.
Las doce en el reloj de la torre, sonoras
campanadas. Luego oscuridad, oscuridad esparcida por el callejón hasta esa luz
que brilla. El mundo expectante de un circo grotesco.Los
vagabundos duermen, siempre hay algún pobre diablo que cae en sus zarpas.
Grito, destello, saco.
Amanece. Ojos hinchados, manos sucias y cuerpo sudoroso. El calor
comienza a deslizarse bajo las persianas y las ratas olisquean la nueva
mercancía. El chirrido de la puerta anuncia al primer cliente de la mañana.
Consigue algo de calderilla antes de que la noche le abofetee y le arroje
contra su agujero.
Observa las cartas amenazantes
de su señor casero, faltan tres de los cinco muebles y el gato se ha ahogado en
la bañera. Había dejado encendido el gas desde ayer, y en esos instantes una
chispa pasa ante sus ojos. No tiene tiempo para lamentarse.
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