Para toda la familia, Andrés Álamo Cienfuegos
A mi padre le había dado desde hace poco un emperramiento.
Tenía el capricho de irse a Francia a vivir de no sé qué trabajo que había
allí. Había surgido durante una cena con unos amigos que venían de Francia a
visitarnos. Delirios de cincuentón y del cava bueno, Pretendía llevarme consigo.
Era parte de ese plan descabellado. Días insistiéndome. Mi padre reveló el proyecto a la familia, en un intento por reforzar la presión
que ejercía sobre mi desde hace días.
Estábamos en plena merienda de reyes. La familia se cernía
sobre una mesa con dos roscones con nata. Hacía calor, mucho
calor. El chocolate caliente se mezclaba con la calefacción y había el típico
ambiente provocado por la fricción de niños sobre la alfombra.
Al oír la noticia, todo el clan de Sanchos Panza en torno a
la mesa, bramó. Todos menos yo. Sabía lo que venía ahora: mi padre decía
el sueldo en voz alta.
-
Siete mil euros- dijo.
Toda la familia se fundió en un sonoro- ¡Coño!-
-
¿Y a qué esperas para irte? Dijo mi tía
Angelines
- Pues... - dijo mi padre- a que el chico se decida.
Todos se volvieron ceñudos hacia mí. Abrió la veda una
mujer a la que no conocía de nada, que de hecho creo que no pertenecía a la
familia. La única conclusión que había sacado de ella era que era más bien
rústica. Chillaba con la voz y el timbre de los programas del corazón.
- ¡Una oportunidad así no se te va a volver a
presentar en la vida!
El público de aquel singular circo romano rugió a su favor.
No me dio tiempo a replicar. Entro en
escena mi tío Ramón, un hombre de talle corto. Con nada más verle te imaginabas
que clase de persona era. Ese tipo al que jamás se ha visto hablar de ideas, buen
amigo de la cerveza que acostumbraba a demostrar el amor por sus allegados ofendiéndoles, como buen manchego. Me miró, sonrió y dijo:
- Mira, chavalín, ¡a ti lo que te pasa ejque eres un cagaó! –me decía con una sonrisa en la boca- además ¿ tu sabes lo
bien que se come allí?
Como se encontraba al lado mío, me propinó un sonoro
collejón y todo el mundo se rió mientras la ira me invadía. Acto seguido comenzó
una hipotética historia sobre una obscena comilona en Francia. Con detalles muy
gráficos. La familia reía, sin recato alguno, pues a sus ojos, cuanto más
explicito era Ramón, más gracioso se volvía.
Miré a mi prima en busca de socorro. Pero me devolvió una
mirada de impotencia. Lo peor estaba por venir. Se aproximaba, entre amplios
bamboleos mi tía Remedios, una mujer de doscientos diez kilos y metro cincuenta
de altura, de pelo rojo y corto. Se sentó en mi mismo taburete , rebosándolo
por todos los lados. Y a mí también. Me posó una mano en la pierna y la
acarició. Luego susurró voz en grito:
- Ejcuchame:
y no sabes tú bien lo que se folla allí.
El sudor me invadió. El
labio inferior me temblaría de no tenerlo tan tenso. Pensé en explotar. Pero
no. Eso es lo que querían que pasase. Más valía ser paciente. Callar y
que pensaran que era un idiota. Más valía que no les siguiera la corriente. ¡Putas
navidades! Es todo culpa suya.
¡Ah las navidades!¡Ah, la familia! ¡Y que bien captado ese clima tan parecido en todas ellas!
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