Parecía
vivir en un verano perpetuo. Solo se abrigaba con una chaqueta fina y una
radiante sonrisa. Al salir de casa empezaba a silbar cualquier melodía o cantaba
como si quisiera ver el sol y, cuando llovía, salía a la calle para saltar y
empaparse.
Pese
a esta extraña y casi infantil personalidad, no faltaba día que no tuviera alguna
idea ingeniosa en la que era capaz de estar trabajando entre teoremas y
café.
A
veces sentía la necesidad de huir, se escapaba a algún lugar que solo él
conocía y a las pocas semanas estaba de vuelta, sonriente como de costumbre,
acompañado por una historia nueva que contar.
Pero
una mañana, por simple curiosidad, decidió frenar su melodía para mirar alrededor. Y lo que vio le petrificó; nunca antes se había fijado en lo que le rodeaba y, ahora que se paraba a verlo, algo se rompió en su interior. Se encontraba en una calle gris, donde personas consumidas paseaban con el peso de la
realidad sobre sus hombros. Y levantó la vista y solo pudo ver edificios y una bóveda gris.
Se
quedó horas ahí parado, sumido en sí mismo mientras su mundo se caía a pedazos.
Volvió
a su piso en busca de refugio y, al asomarse por la ventana, observó una
realidad peor de la que se veía en la acera: aquellas personas no tenían cerebro. Un corte perfecto a la
altura de la parte más alta de la frente dejaba ver un hueco donde normalmente
debería estar el preciado órgano. No se lo creyó hasta que lo verificó un par
de veces.
Se
pasó el día pegado a la ventana, sumido en hipótesis y preguntas, hasta que
sonó una alarma y todos volvieron a sus casas.
La ciudad gris se sumió en un silencio sólo roto por el ruido de algún
camión militar o el grito de un oficial.
Los
días siguientes los pasó cantando en
busca de un síntoma de lucidez en los rostros de esas personas. Aunque por
mucho que lo intentase nada parecía funcionar. Era la primera vez que se
atrancaba de esa forma con un problema. Aun
así, no conseguía resolver ese acertijo indescifrable: la solución a un mundo gris.
Hasta
que un día se presentaron en su puerta cuatro hombres uniformados y le llevaron
a una plaza atestada de gente.
No
tardaron mucho.
Él
blandió su mejor sonrisa, había cumplido.
Fue
un tajo limpio.
Hubo
muchos aplausos de la gente gris.
Me encantaría leer más historias tuyas. Son muy buenas. Enhorabuena
ResponderEliminar¡Córcholis!
ResponderEliminarMe ha encantado.
Me gusta mucho tu forma de expresarte, buen cuento.
ResponderEliminarTremendo. Y por eso mismo me gusta. La literatura tiene que provocar siempre un escalofrío, del tipo que sea. ¡Animo chaval! y enhorabuena
ResponderEliminarSeamos diferentes hasta el final, muy buena historia! :)
ResponderEliminarEstos chicos no dejan de sorprenderme. Tanto como me ha sorprendido el relato. Enhorabuena! Yo también quiero leer más!
ResponderEliminarMuy bueno y original. Sorprende una visión tan crítica a tu edad, pero eso solo puede ser un síntoma evidente de poseer un enorme talento. No lo dejes escapar.
ResponderEliminarMe ha emocionado leerte Alejandro. Tu relato trasmite la profundidad de tu sensibilidad. Me gusta que alguien tan joven mire desde la conciencia a la realidad, aunque duela. Enhorabuena.
ResponderEliminarMe ha emocionado leerte Alejandro. Tu relato trasmite la profundidad de tu sensibilidad. Me gusta que alguien tan joven mire desde la conciencia a la realidad, aunque duela. Enhorabuena.
ResponderEliminarGran relato y maravillosas expectativas de fantásticos escritores.
ResponderEliminarEnhorabuena Alejandro. Muy bueno
Muchísimas gracias a todos por el apoyo!!
ResponderEliminarHermoso relato, tenés un gran talento. Me encantaría formar parte del blog también!
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