lunes, 13 de marzo de 2017

Igual a los demás. Por Alejandro Molina

Parecía vivir en un verano perpetuo. Solo se abrigaba con una chaqueta fina y una radiante sonrisa. Al salir de casa empezaba a silbar cualquier melodía o cantaba como si quisiera ver el sol y, cuando llovía, salía a la calle para saltar y empaparse.
Pese a esta extraña y casi infantil personalidad, no faltaba día que no tuviera alguna idea ingeniosa en la que era capaz de estar  trabajando entre teoremas y café.
A veces sentía la necesidad de huir, se escapaba a algún lugar que solo él conocía y a las pocas semanas estaba de vuelta, sonriente como de costumbre, acompañado por una historia nueva que contar.
Pero una mañana, por simple curiosidad, decidió frenar su melodía para mirar alrededor. Y lo que vio le petrificó; nunca antes se había fijado en lo que le rodeaba y, ahora que se paraba a verlo, algo se rompió en su interior.  Se encontraba en una calle gris, donde personas  consumidas paseaban con el peso de la realidad sobre sus hombros. Y levantó la vista y solo pudo ver edificios  y una bóveda gris.
Se quedó horas ahí parado, sumido en sí mismo mientras su mundo se caía a pedazos.
Volvió a su piso en busca de refugio y, al asomarse por la ventana, observó una realidad peor de la que se veía en la acera: aquellas personas  no tenían cerebro. Un corte perfecto a la altura de la parte más alta de la frente dejaba ver un hueco donde normalmente debería estar el preciado órgano. No se lo creyó hasta que lo verificó un par de veces.
Se pasó el día pegado a la ventana, sumido en hipótesis y preguntas, hasta que sonó una alarma y todos volvieron a sus casas.  La ciudad gris se sumió en un silencio sólo roto por el ruido de algún camión militar o el grito de un oficial.
Los días siguientes los pasó cantando en busca de un síntoma de lucidez en los rostros de esas personas. Aunque por mucho que lo intentase nada parecía funcionar. Era la primera vez que se atrancaba de esa forma con un problema. Aun así, no conseguía resolver ese acertijo indescifrable:  la solución a un mundo gris.
Hasta que un día se presentaron en su puerta cuatro hombres uniformados y le llevaron a una plaza atestada de gente.
No tardaron mucho.
Él blandió su mejor sonrisa, había cumplido.
Fue un tajo limpio.

Hubo muchos aplausos de la gente gris.

12 comentarios:

  1. Me encantaría leer más historias tuyas. Son muy buenas. Enhorabuena

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  2. Me gusta mucho tu forma de expresarte, buen cuento.

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  3. Tremendo. Y por eso mismo me gusta. La literatura tiene que provocar siempre un escalofrío, del tipo que sea. ¡Animo chaval! y enhorabuena

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  4. Seamos diferentes hasta el final, muy buena historia! :)

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  5. Estos chicos no dejan de sorprenderme. Tanto como me ha sorprendido el relato. Enhorabuena! Yo también quiero leer más!

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  6. Muy bueno y original. Sorprende una visión tan crítica a tu edad, pero eso solo puede ser un síntoma evidente de poseer un enorme talento. No lo dejes escapar.

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  7. Me ha emocionado leerte Alejandro. Tu relato trasmite la profundidad de tu sensibilidad. Me gusta que alguien tan joven mire desde la conciencia a la realidad, aunque duela. Enhorabuena.

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  8. Me ha emocionado leerte Alejandro. Tu relato trasmite la profundidad de tu sensibilidad. Me gusta que alguien tan joven mire desde la conciencia a la realidad, aunque duela. Enhorabuena.

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  9. Gran relato y maravillosas expectativas de fantásticos escritores.
    Enhorabuena Alejandro. Muy bueno

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  10. Muchísimas gracias a todos por el apoyo!!

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  11. Hermoso relato, tenés un gran talento. Me encantaría formar parte del blog también!

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