lunes, 14 de noviembre de 2016

Nuevos talleristas, nuevos relatos: Sandra Hontanar, 13 años

Este curso se presenta con grandes novedades. En diciembre verá la luz la primera Antología de cuentos del taller juvenil: La habitación prohibida. Informaremos puntualmente de ella.
Además, son bastantes los jóvenes que se han apuntado por primera vez al taller en este curso. Y con resultados sorprendentes en menos de un mes de actividad. Iremos subiendo poco a poco algunos textos de los nuevos. Esta vez le toca a Sandra.  




Dejarse caer

El aire frío se colaba por las ventanas. Aquella noche era más oscura que las anteriores. El silencio inundaba la sala iluminada por la luna. Una anciana de piel rugosa con aspecto desagradable paseaba con la mirada perdida. Se paró junto la ventana para observar aquel paisaje montañoso cubierto de nieve. Un niño la miraba atentamente desde la puerta. Era bajito, tal vez de unos ocho años, y con una sonrisa traviesa. Ella notó su presencia.
El niño avanzó cauteloso, procurando no llamar la atención, sabía que eso la molestaba. La abuela se sentó en el sofá y bebió de la taza de té que estaba en la mesa. Al beberlo, hacía un ruido como si hubiese un terremoto en su boca.
Miró las fotos de la chimenea con un toque frío de invierno,  viejo y desgastado. En una de ellas, su marido sostenía en brazos a su hija. En otra, su hija embarazada le daba la mano a su novio.

Suspiró. Su nieto, cuando ella se ponía triste, intentaba atraer su atención corriendo, jugando y cantando a su alrededor. Corrió al sofá y comenzó a cantar alegremente. La abuela, pálida, miró al único pariente que le quedaba. Quería dejarse caer, derramar el té y acabar con el dolor, si no fuese por aquel hermoso niño…

miércoles, 11 de mayo de 2016

ATRAPADO, por Bahía Ayos Battioni






La habitación se llena de conversaciones secas. Son murmullos lejanos indescifrables que retumban en mi cabeza. Distingo varios tonos, no sé de quién; me hallo a oscuras. Lo único que puedo percibir es la frialdad de las paredes y el desnudo suelo. No sé cuánto tiempo llevo aquí, solo sé que  se me ha olvidado cómo es el sol. Me encuentro solo, ni siquiera con mis propios pensamientos; las voces los bloquean. 

Me acuerdo de cuando acababa de aparecer por aquí, cuando aún tenía la esperanza de que alguien me rescatase. Estaba confuso, desesperado por librarme de las entrañas de este sitio. Ya no me molesto en producir alaridos sordos, es inútil. La noción del tiempo es borrosa; no existe el día y la noche, solo su ausencia. 


Escucho algo: el forcejeo de una puerta que quiere abrirse. Volteo mi cabeza hacia el origen del ruido. Una luz me ciega, mas consigo acostumbrarme al resplandor. Una sombra interrumpe la luz. En cuanto se atenúa el brillo, consigo ver su rostro. Al principio me resulta ajeno, pero luego lo reconozco: era yo.

domingo, 6 de diciembre de 2015

ALGO PEGAJOSO, por Lucía Sánchez


 
 
 
 
ALGO PEGAJOSO
Aquel hombre llevaba todo el día perforándome la cabeza. Nada más llegar a la puerta del trabajo se me acercó con un gesto de torpeza. Me rozó el hombro y con demasiada confianza me rodeó la cadera.
Yo, recelosa ante su reacción, tras aquel despiste nocturno en el que sin saber porqué acabé en la cama de un hostal de mala muerte, sin ropa y con un becario escuálido como acompañante, aparté su mano de mi desaliñado pantalón y le otorgué una mirada de asco digna del puré de espinacas.
Subimos en el ascensor hasta la décima planta; yo apartándome de su lado y él acercándose a mí.
La jornada se hizo larga y pegajosa, demasiado pegajosa. Él me miraba, yo me asqueaba. Él se acercaba, yo me alejaba.
Tocaron las cuatro en punto, cogí mis cosas y con aquellos andares desganados y resacosos me colé en el ascensor… ¡Mierda! El  estaba allí!
-¿Quieres que vaya a tu casa? A hacerte compañía nada más.
-No. Gracias.
-¿No quieres compañía?
-Creo que no. No ahora mismo.
-¿Estás segura?¿Te encuentra bien?
-Me encuentro bien.
La puerta del ascensor se abrió y yo sin mirar atrás salí del edificio. Tomé el primer autobús. Cuando llegó a la última parada entré en el bar que había enfrente y pedí una copa del alcohol más barato y rancio que hubiese. Aquella copa, ¡oh! Esa sí que me supo a gloria.

sábado, 5 de diciembre de 2015

¡MALDITAS VACACIONES!, por Inés Vázquez.


 
El verano es un tiempo de descanso, tranquilidad, diversión… ¡Eso era antes! Ahora es una especie de tortura porque tienes que estar en una maldita residencia, con enfermeras que te tratan como si tuvieras tres años y viejos que solo hablan de lo mal que está España y de lo mal que les cae su yerno. ¿Ir a la piscina? Allí haces  el bobo con una pelota hinchable y ves a señoras mayores con arrugas y celulitis en las piernas. ¡Ni siquiera puedes nadar!  Lo único que se puede hacer en esta maldita residencia es jugar a las cartas, al ajedrez o al parchís, y casi todos mis contrincantes se quedan dormidos a los diez minutos. Lo peor es cuando viene tu familia de visita y todos tienen prisa por irse porque tienen otros planes, como ir a la playa, al parque a tirar globos de agua… ¡Demonios! Añoro esas vacaciones en las que era un chaval y estaba todos los días fuera de casa, acompañado por los amigos y alguna chica guapa.